Todo eso de que los besos de ciertas bocas saben mejor, es un cuento que me sé desde el día que me dio dos besos y me dijo su nombre.
Pero no sabes lo que es caer desde un precipicio y que ella aparezca de golpe y te diga, venga, hazte un peta y me lo cuentas.

Así que supondrás que yo soy el primero que entiende que pierdas la cabeza por sus piernas, y el sentido por sus palabras, y los huevos por un mínimo roce de mejilla.
Que yo también la veo, que cuando ella pasa por debajo del cielo, solo el tonto mira al cielo.
Que sé, como agacha la cabeza, levanta la mirada y se muerde el labio superior.
Que conozco su voz en formato susurro, y el formato gemido y en formato secreto.
Que me sé sus cicatrices y el sitio que la tienes que tocar en el este de su pie izquierdo para conseguir que se ría.
Que yo también he memorizado su número de teléfono, pero también el número de sus escalones.
Que no sólo conozco su última pesadilla, si no también, las mil anteriores, y yo sí que no tengo cojones a decirle que no a nada porque tengo más deudas con su espalda de las que nadie tendrá jamás con la luna, ¡y mira que hay tontos enamorados en este mundo!
Que sé la cara que pone cuando se deja ser completamente ella, reunida a ese puto milagro que supone que exista.
Que la he visto formas un charco de arena, rompiendo todos los relojes que le puso el camino, y la he visto hacerle competencia a cualquier amanecer por la ventana.
No me hablen de paisajes si no han visto su cuerpo...
Que te entiendo, que yo escribo sobre lo mismo, que razones tenemos todos, pero yo, muchas más que vosotros.